Las mujeres ya no somos un anónimo en la historia, somos y seguiremos siendo las escritoras de un futuro feminista
Nacida en Bogotá, aunque la urbe la tuvo alejada de la violencia directa del conflicto armado, no estuvo exenta del sistema patriarcal. Desde niña escuchó las historias de sus abuelas, quienes criaron solas a sus hijos huyendo de la violencia de los hombres.
Leyó Mafalda cuando tenía 7 años y, más que una caricatura, encontró una crítica a los gobiernos, sistemas y roles de género. Creció escuchando reglas sobre cómo debía comportarse, pero también creció rodeada de una familia de mujeres valientes, fuertes y poderosas. Con todo ese feminismo que corría por sus venas, decidió romper con las reglas impuestas sobre sus abuelas, madre y amigas, y desde entonces se propuso ocupar espacios de participación, liderazgo y activismo. Se propuso no quedarse callada, aunque tuviera miedo de hablar.
Con el tiempo, se dio cuenta de que la violencia sobre las mujeres iba más allá de la que conocía. El conflicto armado y el machismo dejan miles de víctimas cada año. Por eso, hoy es estudiante de Derecho en la Universidad Libre y se ha dedicado a estudiar Derechos Humanos, Paz y Género. Ha sido voluntaria en organizaciones sociales buscando reducir la brecha desigual entre hombres y mujeres. Ha participado en iniciativas de liderazgo y activismo político, fue congresista por dos días en representación de su universidad y ha coordinado proyectos propiciando conversaciones sobre el trabajo de cuidado no remunerado que ejercen millones de mujeres diariamente. Además, forma parte del semillero de paz en su búsqueda por reparar el tejido social.
Finalmente, en este proyecto, tiene el honor de ser la voluntaria más joven, pero con los sueños más grandes: aportar a la paz, la verdad y la reparación de las víctimas. Algún día, espera crear su propia fundación para ayudar a que miles de mujeres, adolescentes y niñas encuentren en el feminismo esa red de apoyo y sororidad con la que ella misma se encontró.
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